Francisco Salvá Campillo (1751-1828) fue médico, meteorólogo y, sobre todo, físico barcelonés, faceta por la que se le conoce más, y un personaje ilustrado que estaba al corriente de los avances científicos y técnicos de su momento.
Fue precursor en diversos campos como la medicina, la meteorología y la electricidad. Salvá ingresó en la Real Academia de las Artes y las Ciencias de Barcelona en 1786 (la primera academia existente en España dedicada a las ciencias y las artes aplicadas) y sobre el campo de la electricidad presentó cuatro memorias pioneras sobre la aplicación de la electricidad a la telegrafía.
Las reflexiones de Salvà sobre la telegrafía continuaron anticipando que el número de cables del telégrafo (hechos con hilos separados por papel engrasado) podían reducirse con un código de caracteres. Propuso que el cable podría ser protegido para comunicar Alicante con Palma de Mallorca y que podría usarse la carga iónica del agua del mar para concebir una telegrafía sin hilos, que no se llevó a cabo. A pesar de ello, Guglielmo Marconi reconoció el valor de los descubrimientos del científico español.
En 1804, Salvá Campillo presentó una memoria a la Real Academia de las Ciencias en Barcelona. Dicha memoria describió los elementos necesarios y cómo debían ser dispuestos para transmitir información a distancia. Propuso un nuevo método de telegrafía combinando la generación de una corriente eléctrica usando la pila de Volta (recientemente inventada para “almacenar” energía eléctrica y construida por él en sustitución de las botellas de Leyden) con la detección por electrolisis del agua. También presentó un prototipo de telégrafo utilizando la pila de Volta conectada a veintidós pares de hilos, empleado cada uno para transmitir una letra o un carácter.
Fue un hombre tan generoso que donó su propia biblioteca a las academias y hasta cedió su corazón, una vez muerto, para clases de medicina.