(La imagen corresponde a un coche correo de 1893 numero 26 de la serie B Carde y Escoriaza de Zaragoza).
Siguiendo los pasos de las compañías de ferrocarril, que iban extendiendo los caminos de hierro por la geografía española, Correos comenzó a crear las administraciones ambulantes. La primera de ellas, el Ambulante en ferrocarril del Mediterráneo, comenzó a funcionar entre Madrid y Albacete el 17 de septiembre de 1855, llevando adscrito como personal a un administrador y a un ayudante. En estas primeras expediciones ambulantes, hasta el momento en que se recibieron los tres primeros coches-correo encargados, se utilizaron secciones de coches de viajeros, que las compañías adecuaron para el servicio postal.
Como antecedente, en España, la construcción del Estado liberal a finales de la década de 1830, impulsó la modernización de las infraestructuras del transporte. No fue casualidad, que la primera línea se construyera entre la próspera y elegante ciudad de La Habana y los ingenios azucareros de Güines.
En la Península, después de varios intentos infructuosos para construir líneas de ferrocarril, el 28 de octubre de 1848, se inauguró el primer tramo entre Barcelona y Mataró, con una longitud de 29 kilómetros. Años más tarde, el 10 de febrero de 1851, se abrió al servicio público el tramo de 49 kilómetros entre Madrid y Aranjuez, y fue en esta línea donde se comenzó por primera vez a transportar el correo. Desde primero de septiembre de 1851, se comenzó a transportar la silla correo encastrada en un vagón plataforma, esto reducía considerablemente el tiempo empleado en el trayecto entre ambas poblaciones.
La convergencia del ferrocarril con la creación del sello revolucionó el correo. Se abarató el sistema de transporte, creció el tráfico postal y la demanda de servicios, se ganó en capacidad de carga y en velocidad y se llegó en pocos años a todos los ayuntamientos de España.